Monday, March 1, 2010

blanco y negro

El autor advierte que blanco y negro tiene la intención de un recuerdo fotográfico. - casi Lorca


blanco y negro

Viniendo del centro del pueblo universitario por la calle hecha de piedras y medio antigua los ojos cruzan justo enfrente del salón de tatuajes. A seis metros de la puerta a continuación hacia las afueras la vía pequeña las piedras lentamente da paso a asfalto perfecto y plano. No hay luces brillantes advirtiendo su ubicación humilde, pero tampoco hace falta porque lleva años en el mismo lugar según el recuerdo colectivo de los lugareños del pueblo y según el cartel fotográfico fijado en la ventana que mira hacia la calle. El hecho de que nadie se pueda acordar de la fecha exacta de la inauguración del salón no es algo que les afecte demasiado; acentúa la sensación de que se ha perdido en la maraña del tiempo porque no hay ni un recuerdo del cartel con su blanco y negro, entonces vivo.

Bajo el mismo cartel envejecido y la misma ventana está expuesta, casi como la luz innecesaria, la moto de siempre; negra y cromada, las llaves puestas como si no existiera ninguna peligro de robo, el cromo oxidado que intenta esconderse bajo el cuero roto y descolorido que respira humo de gasolina. La sombra de la moto desaparece por la noche y reaparece antes de que pasen los ojos vivos, sin el ruido que suelen hacer las motos americanas, sin que nadie se dé cuenta.

Mirando a la derecha del salón, hacia el centro del pueblo se extiende las ramas del arce, su sangre ruborizada oculta el horizonte al cruzarse con los brazos del peral prestando su realeza; a la izquierda el Cottonwood desnudo comparte su soledad.

Los ojos vuelven a la pequeña casa, dentro de las paredes hechas de ladrillo, la puerta de madera relumbra oscuramente con un sol madrugador de cristal claro, sus rayos de peltre extendiendo hacia las nubes: el porche en arco guardando la entrada del mundo interior.

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